La historia de Virginia Silveira
October 10, 2023Los que volvieron de la guerra
October 30, 2023Elon Musk lo anunció un 27 de octubre. El hombre más rico del mundo, creador de PayPal primero, de Tesla y SpaceX después, confirmó que finalmente, tras diez meses de un sinuoso camino, compraba Twitter por 44.000 millones de dólares. Hacía varios meses que venía una batalla que incluso se había judicializado. Primero, se transformó en el mayor accionista de la plataforma. Luego aceptó formar parte del consejo de administración. Después, no. Entonces optó por ofertar: 44.000 millones de dólares. Lo que era una compra asegurada, luego decidió frenarla. El acuerdo de adquisición se cayó, y en julio se supo lo que se venía: una contienda judicial que traería certidumbre a los accionistas, empleados y clientes.
El juicio se retrasó a la espera de una resolución. Pero cuando parecía que todo terminaría allí, Elon Musk anunció la compra, echó al CEO de la red social, Parag Agrawal, empezó su era y comenzó una iniciativa de “reducción de costos”. En total, 3700 empleados tuvieron que irse de la empresa. No sin antes encontrarse con mensajes de correo electrónico sorpresivos y masivos del tipo: “Si estás en la oficina, volvete a tu casa que no andan las tarjetas de acceso; chequeen el spam por las dudas; si no les llegó el correo, manden mail a RRHH a ver si siguen o no”. Así estaban las cosas esos días convulsionados. Incluso más tarde tuvo que pedir que varios empleados se reincorporaran: había habido un error, y habían echado gente de más.
Convertido en dueño, prometió un consejo de moderación con puntos de vista muy diversos para ver, sobre todo, qué hacer con la cuenta de Donald Trump, a quien le habían anulado la cuenta tras los ataques al Capitolio. Disolvió el consejo de administración y se nombró a sí mismo CEO. Siete meses más tarde nombraría a la actual, Linda Yaccarino, aunque la experiencia de este año es que no ha resignado poder, y que las decisiones las toma él.
Pero volvamos a octubre: habían pasado solo cuatro días y el mundo estaba a sus pies, pero ya aparecían las primeras oposiciones. Stephen King se quejaba públicamente de la verificación paga que proponía Musk. “¿$20 al mes para conservar mi tilde azul? Deberían pagarme a mí”, decía. Musk, con su juguete nuevo, le contestaba: “¡Necesitamos pagar las cuentas de alguna manera! Twitter no puede depender enteramente de los anunciantes. ¿Qué tal $8?”. Finalmente, ese sería el número que se impondría más tarde.
“Tengan en cuenta que Twitter hará muchas tonterías en los próximos meses. Mantendremos lo que funciona y cambiaremos lo que no”, diría el flamante CEO en aquel torbellino de sensaciones.
Los problemas se acumularon con el primer lanzamiento de Twitter Blue, a 8 dólares. Surgieron cuentas verificadas de Valve, Nintendo, Lebron James, Twitter e incluso del propio Elon Musk que no eran auténticas. La más grave verificación ocurrió con Eli Lilly, una de las principales encargadas de fabricar y distribuir insulina en el mundo. Una cuenta de Twitter se hizo pasar por la farmacéutica, consiguió un tilde azul de verficación (a través del pago de la suscripción Twitter Blue) y publicó: “Estamos emocionados de informarles que la insulina ahora es gratis”. Twittter tuvo que suspender temporalmente la puesta en marcha de este sistema, después de que numerosos internautas que habían obtenido el “tilde” azul al pagar por una suscripción se hiciesen pasar por empresas y personalidades.
Del absolutismo de la libertad de expresión
Musk se ha referido en varias oportunidades a que era un “absolutista de la libertad de expresión”. Esa misma filosofía, sostuvo, es la que impondría en Twitter. Ya desde el comienzo de la compra, una de sus primeras medidas fue despedir a los integrantes del área de moderación de contenidos. Según cuenta Walter Isaacson en su reciente biografía de Elon Musk (publicada por editorial Debate) apenas inició el mando de la compañía, invitó a dos periodistas para que pudieran revisar sobre todo lo que había ocurrido en los años previos. Pudieron acceder a correos electrónicos e intercambios la plataforma Slack, sobre todo de aquellos que habían lidiado con los problemas relativos a la moderación de contenidos.
Matt Taibbi, un antiguo redactor de Rolling Stone, fue uno de los que accedió a ese proyecto denominado “Los archivos de Twitter”. Musk creía -según Isaacson- que había habido un esfuerzo “originalmente bienintencionado (en la moderación de contenidos), pero que había llegado demasiado lejos en la represión de las opiniones que discrepaban de la ortodoxia médica y política u ofendían las sensibilidades exacerbadas de los progresistas”. Taibbi contó en un hilo como la red se había “convertido en un colaborador de facto del FBI y otras agencias oficiales, confiriéndoles señalar grandes contenidos y sugerir su eliminación”, describe Isaacson. El mandato Musk empezaba así.
Al proyecto de Taibbi se sumó la periodista Bari Weiss, editora de artículos de opinión en The Wall Street Journal, para sumar más investigadores a una tarea que requería de mucho trabajo. Cuando vio los archivos, llegó a escribir que los moderadores de Twitter “eran más estrictos a la hora de suprimir tuits derechistas”. Sin embargo, aparecieron los primeros agujeros negros en el plan del nuevo CEO.
Tras una amenaza física que sufrió su hijo X, de dos años, Musk creyó que aquel ataque había sido consecuencia de una cuenta de Twitter @elonjet, administrada por un estudiante que respondía al nombre de Jack Sweeney, que publicaba en tiempo real lo despegues y aterrizajes del avión privado del magnate (con información obtenida de fuentes públicas). Musk quería eliminarla, pero entraba en contradicción con su absolutismo. Weiss, que permanecía investigando los Slack y correos, entonces descubrió lo que había hecho el CEO: le había puesto un filtro de visibilidad a la cuenta creada por Sweeney. Luego, Musk directamente la suspendió. Después, fue por más: las cuentas de los periodistas que habían contado de lo que había pasado con @elonjet, las de Ryan Mac, del New York Times, Drew Hardwell y Taylor Lorenz, del Washington Post y ocho más fueron también suspendidas.
Weiss tuiteó: “El antiguo régimen de Twitter se regía por sus propios caprichos y prejuicios, y seguro que parece que el nuevo régimen tiene el mismo problema. Me opongo en ambos casos. Y creo que los periodistas que informaban sobre una historia de importancia pública deberían ser reintegrados”. Fue el fin del acceso a los “archivos de Twitter”. Y el fin del proyecto. Ahora había también una política contra la publicación de información privada sobre la ubicación de las personas.
¿Twitter como una plaza pública?
En el artículo “Twitter: de la plaza pública a la debacle del odio que favorece a la extrema derecha”, el sitio Contextual, una iniciativa del Instituto de Desarrollo Digital de América Latina y el Caribe (IDDLAC) que lucha contra desinformación y los discursos antidemocráticos, analiza el deterioro de Twitter y sus políticas de moderación de contenidos. Entre los puntos salientes, señala cómo Twitter dejó de ofrecer acceso gratuito a sus datos, “lo que hizo que la investigación independiente para luchar contra la desinformación y los discursos de odio sea considerablemente más costosa y, por lo tanto, severamente limitada”, y cómo según la GLAAD (organización que defiende los derechos de la comunidad LGBT en medios y redes digitales), al presentar su índice anual de seguridad en redes sociales, mostró que Twitter resultó la plataforma más peligrosa para personas LGBT y fue la única que empeoró sus resultados respectó al informe anterior.
Uno de los últimos hechos relevantes surgió con la retirada de Twitter del Código de Práctica de la UE contra la Desinformación. De hecho un Informe de la Comisión de la UE sobre el Rol de X-Twitter reveló el papel significativo de X-Twitter en la difusión de propaganda rusa sobre Ucrania. La última advertencia de la UE sucedió hace algunos días, cuando el comisario europeo de Mercado Interno, Thierry Breton, declaró que la plataforma difunde “contenidos ilegales y desinformación” sobre los ataques de Hamás en Israel. En medio de esos conflictos hubo intensos rumores de que Musk anularía la disponibilidad de Twitter en Europa, pero lo ha negado. En el medio, un estudio de Newsguard calcula que los usuarios verificados de Twitter (es decir, los que pagan por tener el sellito de verificación) producen el 74% de las noticias falsas en circulación sobre el conflicto entre Israel y Hamas.
Los próximos pasos de X
Mientras el foco en la desinformación permanece con cuestionamientos y acusaciones al algoritmo, que promueve las cuentas verificadas (es decir las pagas) en detrimento de las otras (e incluso con remuneración a los que logren más interacciones), Musk fue tomando medidas en pos de hacer más rentable a la empresa. Junto a ello, cambió el nombre (ahora, aunque cueste, se llama X) y también su logo.
En el medio hizo pruebas para limitar el ancho de banda para definir qué consumidores pueden acceder a información (a posteos) gratuitos. Aunque luego dio marcha atrás. Lo último fue empezar a probar en Nueva Zelanda y Filipinas un nuevo método de suscripción para nuevos usuarios, que incluye el cobro de una tarifa anual de alrededor de 1 dólar por el uso de algunas de las principales funciones de la plataforma, como publicar mensajes, con el fin de combatir la proliferación de bots y el spam. Aquellos que opten por no suscribirse sólo podrán realizar acciones de “solo lectura”: leer publicaciones, ver videos y seguir cuentas. Habrá que ver si esto es apenas una prueba que quedará o no en la plataforma. O solo uno de las tantas idas y venidas en este año.
Ayer a la noche, Elon Musk retuiteó un largo posteo sobre los logros en este año de la compañía. Del otro lado, algunos medios señalan que la valuación de la compañía cayó estrepitosamente desde que empezó su gestión, y que el número de usuarios en la app también viene cayendo (un 13% en el último año); en septiembre Linda Yaccarino dijo que la compañía tenía 225 millones de usuarios activos, menos que los 255 millones que tenía antes de la compra de la plataforma (luego actualizaron el número a 245 millones).
Mientras en Argentina (y en el mundo), pese a que tiene menos consumo y usuarios que YouTube, Facebook, Instagram, y TikTok, sigue siendo el lugar desde el cual se impone la agenda política y social. Para muestra local, basta con los idas y vueltas de los candidatos a presidente durante esta semana.
Elon Musk también está en la plataforma (es por lejos, el más tuitero de los directivos que tuvo la compañía); opina, comenta, chicanea a Mark Zuckerberg y, muchas veces, se desdice, como ha hecho en los últimos 12 meses, o hace promesas sin fecha ni precisiones. Nada igualmente parece detenerlo. No pasa un día sin decir, opinar o recomendar algo (incluyendo cuentas conocidas por distribuir información falsa).
En su biografía, Isaacson señala que a fin del año pasado, en la reunión familiar, existe una tradición de reflexión. A fines de 2022, la consigna fue: ¿de qué te arrepentís? “Lo que más lamento -contestó Elon- es con cuánta frecuencia me clavo a mí mismo un tenedor en el muslo, con cuánta frecuencia me pego un tiro en el pie y me apuñalo el ojo”. No está claro si era una reflexión general sobre su vida, o se refería a algo de lo que le sucedió en estos frenéticos últimos doce meses al frente de X.
Nota escrita en Lanacion.com